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About Me

Watertown, Massachusetts, United States
Editor Latino World Online.com and Mundo Latino Online.com

Wednesday, July 9, 2008

I really don’t care about anybody.

A Point of View
I really don’t care about anybody.
By Paul V. Montesino, PhD, MBA.

You know me by now. I like to make confessions once in a while. Good for the soul as soup is for the body. Here we go again. I have come to the conclusion that I really don’t care about anybody. Yes, I really don’t. Let me state my case. For instance, I really don’t care about the color of your skin. Whether you are white, black or brown, it does not matter a bit to me. I lose no sleep about it. And I don’t care either whether you are poor or rich. Of course, I wish you riches, but when I meet you I could not care less either.

And then there is the issue of gender or sexual orientation. I don’t care if you are male or female, straight or gay. That is not any of my business. Be whatever you are. “I am what I am,” as the famous Popeye the sailor character used to say. And when it comes to religion, whatever you want to believe, if it is fine for you it is also fine for me, and I could not care less. I am not fabricating or supporting any dogma to save your soul. Saving mine is enough work, believe me. We spend too much time worrying arguing and killing about deity versions we don’t know or have seen with our own eyes that in the end do not depend on us to exist in whatever version we like or dislike. Why is it that the moment we see someone practicing another religion that person also looks ugly to us?

I also don’t care about your place of birth. Born in the fifty states? Fine and dandy. Born elsewhere? I care not where. So my belief about your worth as a human being does not lie on the passport you carry in your pocket or even the language you learned while you grew up. You did not choose your language anymore than you chose your parents or birthplace, so why bother? There are over six billion people on this planet and many dissimilarities between those billions so, why should I be bothered by what you are? And now that I think of it, I am realizing that many of the problems mankind faces come from folks who claim to “really care” about you. They are always trying to change you, criticizing you or trying to set your point of view straight. It is as though they have a responsibility to make you whole on their terms, not yours.

So you see, when I say that I don’t care about your choices I don’t mean to say that those choices are negative or that you are a poor choicer. What I mean is that your choices are only relevant to you and I don’t have any right to condemn you for them any more than you have a right to condemn me for mine. I also mean that neither you nor I have the right to impose them on each other or the guy or woman next door. Approximately two thousand years ago someone asked an angry crowd of the curious if anyone felt free of sin enough to throw the first stone.

I realize that choosing certain things in our life may have an aesthetic effect that others find objectionable. Beauty, as they say, is in the eyes of the beholder. So is lack of it. And I don’t mind those standards that society has determined and established for the good of others. I am sure you and the law of the land know of many things we can’t do without interfering with our neighbor’s right to exist in peace. But unfortunately we practice certain choices in a way that eventually harm those we disagree with.

And to complete my thesis please read: “Ad hominem” is a dialectic practice in which our arguments are based in offending or destroying the reputation of the person we argue with and not the ideas they represent. And there is no better example of that fallacy than the political campaigns in which we decide the future of our nation. If you need an example go to your television set and turn it on.

As I arrive at the end of this short article I realize that not caring about anybody really means that I care about everybody and hold animosity or prejudice to no one. I care about our dignity as members of the human race and I respect whatever position you are at any moment on this brief time we have to walk over the surface of this planet. We are many and as we walk we have to be careful not to step on each other’s toes or crush the seeds that might eventually grow to flowers and trees of mutual respect and understanding that will give us fragrance and protection.

And that is my Point of View today.

A mí en realidad no me importa nadie

Un Punto de Vista
A mí en realidad no me importa nadie
Por Paul V. Montesino, PhD, MBA

Ya ustedes me conocen bastante bien. Me gusta hacer confesiones de vez en cuando. Es bueno para el alma como la sopa lo es para el cuerpo. Yo he llegado a la conclusión de que en realidad a mi no me importa nadie. Sí, es cierto, en realidad no me importa. Permítame presentar las pruebas. Por ejemplo, a mi no me interesa el color de su piel. Sea usted de piel blanca, carmelita o negra, eso no me importa un bledo. No pierdo sueño por eso. Y tampoco me interesa si usted es pobre o tiene mucho dinero. Desde luego, le deseo riquezas, pero cuando lo conozco no me interesa cuanta tiene.

Y consideremos también el asunto de su genero u orientación sexual. No me importa si es usted hombre o mujer; gay o no. Ese no es parte de mi negocio. Lo que usted sea lo es. “Yo soy lo que soy,” fue una frase hecha famosa por Popeye el marino. Y cuando se trata de religión, lo que usted quiera creer es también aceptable para mi y no me puede importar menos. Yo no estoy fabricando o apoyando ningún dogma para salvar su alma. Salvar la mía es suficiente trabajo. Nosotros desperdiciamos mucho tiempo preocupándonos, discutiendo y matándonos sobre versiones divinas que ni conocemos ni hemos visto con nuestros propios ojos y que al fin y al tanto no dependen de nosotros para existir en cualquier versión que nos guste o disguste. ¿Puede decirme por qué cuando vemos a una persona practicar una religión que no es la nuestra de repente esa persona se nos hace mas fea?

Tampoco me interesa su lugar de nacimiento. ¿Nació en los cincuenta estados? Perfecto. ¿Nació en otro sitio? No me molesto. Es decir, que my criterio sobre su calidad como ser humano no reside en el pasaporte que usted lleva en su bolsillo o el idioma que aprendió mientras crecía. Usted no escogió su idioma de la misma manera que tampoco escogió a sus padres o al lugar donde iba a nacer, así que ¿para que preocuparse? Hay mas de seis mil millones de habitantes en este planeta y existen muchas diferencias entre esos miles de millones, así que ¿para que molestarme por lo que usted es? Y ahora que pienso en eso, me doy cuenta que muchos de los problemas que confronta la humanidad provienen de gentes que dicen “preocuparse realmente” sobre usted y yo. Siempre están tratando de cambiarnos, criticándonos o modificar nuestro punto de vista y corregirlo. Es como si fueran responsables de hacer de usted una persona completa basado en los principios de ellos y no de los suyos.

Así que como ve, cuando digo que no me importa lo que usted escoge no quiero decir que esas cosas escogidas son negativas o que usted no sabe como escoger. Lo que quiero decir es que lo que usted escoge tiene relevancia nada mas que para usted y yo no tengo derecho alguno a condenarlo por ello de igual manera que usted tampoco tiene el derecho de juzgarme y condenarme a mi por lo que yo escojo. Aproximadamente hace dos mil años alguien preguntó a una multitud airada si había entre ellos alguien que se consideraba libre de pecado como para tirar la primera piedra. Eso quiere decir que ni usted ni yo tenemos el derecho de imponérselos al hombre o la mujer que viven en la casa de al lado.

Me doy cuenta que escoger ciertas cosas en nuestras vidas puede tener un efecto estético que otros encuentran agravante. La belleza, como se dice, está en los ojos de quien la contempla. Y también lo es la falta de belleza. Y no desconozco que hay ciertos principios que la sociedad ha establecido para el bien de todos. Estoy seguro que usted y la ley del país donde vive saben de muchas cosas que no podemos hacer sin interferir con el derecho de nuestros vecinos de vivir en paz. Pero desafortunadamente tomamos ciertas decisiones de manera ofensiva en la que eventualmente dañamos a aquellos con los que no estamos de acuerdo.

Y para cerrar mi tesis, lean: “Ad hominem” es una práctica dialéctica en la que nuestra forma de argumentar se basa en ofender o calumniar a la persona con la que discutimos y no a las ideas que ellos articulan. Y no hay práctica alguna mas representativa de esa falacia que las campañas electorales políticas en las que decidimos el futuro de nuestra nación. Si quiere un ejemplo vaya a la tele y enciéndala.

Al llegar al final de este corto artículo me doy cuenta que no importarme nadie en realidad significa que me importan todos y que no tengo animosidad o prejuicio contra otros. Me preocupa nuestra dignidad como miembros de la raza humana y respeto cualquier posición en la que usted se encuentre en este momento de la breve caminata que hacemos sobre la superficie de este planeta. Somos muchos y tenemos que ser muy cuidadosos cuando caminamos para que no nos pisemos los dedos los unos a los otros o para que no destruyamos las semillas que eventualmente puedan crecer para convertirse en flores y árboles de mutuo respeto y entendimiento que nos de fragancia y protección.

Y ese es mi punto de vista hoy.

The information age that ain’t.

A point of View
The information age that ain’t.
By Paul V. Montesino, PhD, MBA.
“Education is learning what you didn’t even know you don’t know.” Daniel J. Boorstin, educator, (1914)

I was planning to write my Enron V Part VI with potential solutions to the home mortgage crisis this week when I saw an interesting article covering the sound advice of the President and Executive Director of the Boston Fed in the April 1 issue of Rumbo. He was not talking about how we got here but about how to get from under the weight of the current situation. And I know that it will be more rewarding to you if you follow his advice and go to a bank and tell them that the President and Executive Director of the Fed sent you and not a former banker like me who mostly banks online these days.

I know my advise will be repetitive of what he said or more unnecessarily detailed, so I have decided to forego Part VI and tell you to listen to him while I get into other issues that are as relevant as losing your own home, perhaps even more so. In future articles I will try to dig deeper on other more complicated mortgage crisis points that are taking shape as we speak. But for now, how does losing your children’s entire life sound like as a subject?

For the past few weeks we have witnessed a very creative competition about wakeup calls between all three of the current presidential candidates. It appears that all American crisis loom in the horizon at three o’clock in the morning; insomnia perhaps? In the three versions of the same we have seen It seems that we are all sound asleep and then suddenly the phone sounds to awaken the President to tell him or her that there is a serious crisis that only “that candidate” claims to be able to solve. I hate to use this example, but the twin towers attack took place in the early morning hours of September 11 when the President was reading children’s books in a southern school. The ad is really absorbing and powerful and makes us wonder whether our presidents have a full night sleep when they live in the White House. I have, however, come up with another wake-up call ad that might impress and affect you much more. Let’s give it a shot.

“It is dark at home. It is three o’clock in the morning and your phone rings. Yes, your phone, not the president’s. You are tired and deeply asleep and so is your spouse and your kids. You awaken and shake your head in disbelief: “Who the heck?... at three o’clock in the morning!” You approach the phone with trepidation and pick it up. It is your kid’s school principal’s voice. “Principal?... What is going on?” The voice on the other side makes a few sounds to clear the throat. “Yes, it is me,” the voice says, “I am calling to tell you that your child has dropped out from high school and is officially a failure.” “My child?... are you kidding?” The other phone clicks, goes dead and the conversation ends.”

I have to confess that I have never seen any presidential candidate phone ad sounding like the one I just completed but in honesty to you I wonder why not. Like any citizen of this country I am worried about wars and terrorism and want to make sure that the operators in the White House work 24/7 to protect us, but my interest goes beyond that risk. I am not talking only about killing me or my family but killing our children’s minds as well. The risk is very real and so is the possibility that you may get the call I just staged for you and will knock your brains out.

A recent report by America’s Promise Alliance, a respectable educational research institution, former Secretary of State Collin Powell and his wife Alma are directors there, finds that only about half of all students served by the main school systems in the nation’s 50 largest cities graduate from high school, over a million a year country wide do not graduate. The Alliance for Excellent Education estimates that the high school dropouts from the Class of 2006-07 will cost the U.S. more than $329 billion in lost wages, taxes and productivity over their lifetimes. Young people of color are most affected, because nearly half of all African-American and Native-American students will not graduate with their class, while less than six in 10 Hispanic students will.

In the city of Detroit alone only 20% graduate. That is a whopping eighty percent dropout rate. The same study indicates that the incidence of those dropouts concentrates in the inner cities while the suburbs perform better. In other words, high school graduation rates have become a new social divide. I posed the possibility of not having finished High School to my current college students, obviously not in that category. I asked them a simple question: “Presume you had dropped out of High School and imagine how you would spend your days. Would you sleep, watch TV, hang around with other dropouts? What would you do with your time? And most of all, how would you be looking at your future?”

They looked at me amazed in disbelief but my intention was not to force them to compare themselves with others who had given up very early. I wanted them to realize that here we had a section or our society who obviously were not going to be their useful business customers or our work associates in a society that depends more and more on our ability to handle an ever increasing complex set of rules. In other words, in the world I operate and teach we live in a demanding information society but these students were becoming uninformed instead and staying behind. They are the lost opportunities to success who slowly but surely will fall by the wayside when it comes to economic and intellectual security. When education is not the focus and central part of our vision, other irrelevant parts in the periphery that up to now were of little value or no attraction to us become our main goals and no one knows what those parts are: sex, drugs, laziness, poverty.

Those students will grow to become expensive dependents of a tax structure where their contributions will be limited and insufficient; will be beyond the reach of health systems that could help them live longer and healthier lives and will scatter around a political environment where the decisions about the quality of those we vote to direct our affairs in a shrinking world is becoming more demanding from the citizenship. In order to produce more we need to know more and we need to choose better every things whether it is a spouse, a friend, a career or a leader in government.

I would like to hear how the three presidential candidates will respond to that Principal’s phone call when it is made. And I also know that the candidates alone will never be able to do everything that has to be done to solve this problem. Unfortunately I have not researched this issue formally but I also suspect that the parents of many of those students are high school dropouts themselves and their kids are victims of a tragic repetitive cultural natural selection process that bodes nothing well for them. They socialize with and marry their same kind and beget the same kind of children. Evolution is the game and mutation of the intellectual kind is the name. I suggest we all start listening to our phones and looking at our children with more care and demand the same from those whose jobs it is to help us do so.

“If you are planning for a year, sow rice; if you are planning for a decade, plant trees; if you are planning for a lifetime, educate people.” Chinese Proverb.
And that is My point of view today.

La edad de la información que no lo es

“La educación es aprender lo que uno ni siquiera sabía que no sabía.” Daniel J. Boorstin, educador, (1914)
Mi Punto de Vista
La edad de la información que no lo es.

Yo planeaba escribir esta semana mi Enron V-Parte VI con posibles soluciones a la crisis de las hipotecas cuando leí un articulo en la edición de Abril 1 de Rumbo muy interesante que cubría el consejo vital del Presidente Ejecutivo del Federal Reserve Bank de Boston. El no hablaba de cómo habíamos llegado hasta aquí como yo, sino como salir del peso de este atolladero. Y yo se que es más productivo para usted si sigue su consejo y va a un banco y les dice que el Presidente del FED los envió y no que lo hice yo, un banquero que en estos días banquea principalmente a través del Internet.

Pienso que mi consejo va a ser repetitivo de lo que él dijo o lleno de mas detalles innecesarios, así que he decidido olvidarme de la Parte VI por ahora y recomendarles que le hagan caso mientras me envuelvo en otras cuestiones que son tan relevantes como el perder su propio hogar o tal vez muchísimo más importantes. En artículos futuros trataré de investigar a fondo algunos de los otros asuntos más complicados de la crisis de las hipotecas que están tomando forma mientras usted lee estas palabras. Pero por ahora, ¿que tal le suena la vida entera de sus hijos como tema?

Por estas últimas semanas hemos sido testigos de una competencia muy creativa por parte de los candidatos presidenciales. Parece que todas las crisis norteamericanas se aparecen en el horizonte a las tres de la madrugada; ¿tendrán insomnio esos candidatos? En las tres versiones similares que hemos visto parece que todos nosotros estamos durmiendo profundamente y de repente el teléfono suena para despertar al presidente y decirle a él, o a ella, que hay una crisis muy seria que solo ese “candidato” o “candidata” dice que tiene la capacidad de resolver. Me molesta traer este ejemplo, pero el ataque a las torres gemelas en Septiembre 11 ocurrió en horas de la mañana mientras el Presidente leía libros infantiles a un grupo de estudiantes en una escuela sureña. El anuncio es muy absorbente y poderoso y nos hace preguntarnos si los presidentes duermen la noche completa cuando viven el la Casa Blanca. Yo he diseñado otro anuncio de llamada que nos despierta que lo va a impresionar y afectar a usted mucho mas. Déjenme intentarlo.

“Hay oscuridad. Son las tres de la madrugada y su teléfono suena. Sí, su teléfono, no el del Presidente. Usted se halla agotado o agotada y duerme profundamente y lo mismo le pasa a su pareja y sus muchachos. Usted se despierta, agita la cabeza sin creer lo que escucha: “¿Quién diablos?...!a las tres de la mañana!” Usted se acerca al teléfono con preocupación y lo levanta. Es la voz del Director Principal de escuela de sus muchachos. “ ¿Director?... ¿Que pasa?” La voz en el otro lado hace un sonido gutural como para limpiar su garganta. “Sí, soy yo,” dice la voz, “Lo llamo para decirle que su menor ha dejado la escuela y se ha convertido oficialmente en un fracaso.” “ ¿Mi descendiente?... ¿Está bromeando?” El otro teléfono solo hace un sonido de clic, la comunicación se muere y la conversación termina.

Me pesa decir que jamás he visto ningún anuncio telefónico de candidato presidencial que suene como el que he acabado de completar, pero me pregunto por qué no. Como todos los ciudadanos de este país me preocupan las guerras y el terrorismo y quiero sentirme seguro de que las operadoras de teléfonos de la Casa Blanca trabajen 24/7 para protegernos, pero mi interés va mas allá de ese riesgo. Y no estoy hablando solamente de que me maten a mi o a mi familia sino a las mentes de nuestros hijos también. El riesgo es muy real y también lo es la posibilidad de que usted puede recibir esa llamada que le programé y que le va a noquear el cerebro si ocurre.

Un reporte reciente de America’s Promise Alliance, una institución de investigación educacional muy reconocida-el pasado Secretario de Estado Colin Powell y su esposa Alma son directores-encontró que solamente el cincuenta por ciento de los estudiantes servidos por los sistemas escolares principales de las cincuenta ciudades mas largas de la nación se gradúan de escuela secundaria; o sea, mas de un millón al año a través del país no lo hacen. La Alianza para la Excelencia en la Educación estima que los estudiantes que dejaron las escuelas en la clase del 2006-2007 le costarán a los Estados Unidos mas de 329 mil millones de dólares en salarios perdidos, impuestos y productividad por el resto de sus vidas. Los jóvenes de color son los mas afectados, porque casi la mitad de los Africano Americanos y los Americanos-Nativos no se graduarán con su clase, mientras menos de seis de cada diez hispanos lo harán.

En la ciudad de Detroit solamente el 20% se gradúa. Eso quiere decir que tienen un ochenta por ciento de colgados. El mismo estudio indica que la incidencia de esos suspendidos se concentra en el centro de las ciudades mientras que los suburbios tienen mejores porcentajes de graduados. En otras palabras, las normas de graduación de escuela superior se han convertido en una línea divisoria social. Yo le pregunté a mis estudiantes de universidad que consideraran la posibilidad de que ellos jamás hubieran terminado la escuela superior, una categoría en la que obviamente no pertenecen. Les hice esta simple pregunta: “Presuman que ustedes dejaron la escuela e imagínense como ustedes pasarían sus días. ¿Dormirían? ¿Mirarían televisión? ¿Se unirían a otros estudiantes suspensos? ¿Qué harían ustedes con su tiempo? Y por encima de todo, ¿Cómo luciría su futuro?”

Me miraron incrédulos y sorprendidos; pero mi intención no era forzarles a compararse con otros menos dichosos que habían renunciado muy temprano. Mi objetivo era hacerles realizar y notar que teníamos una parte de nuestra sociedad que obviamente no iba a ser compuesta de clientes de nuestros negocios muy lucrativos o compañeros de trabajo en una sociedad que depende más cada día de nuestra habilidad de manejar una serie de problemas y reglas muy complejas. En otras palabras, en el mundo en el que yo opero y enseño vivimos envueltos en una información continua que demanda, pero esos estudiantes se estaban convirtiendo en personas menos informadas cada día y quedándose atrás.

Ellos son las oportunidades de éxito perdidas que lenta pero seguramente se caerán a un lado del camino en lo que se trata de seguridad económica e intelectual. Cuando la educación no es el foco y parte central de nuestra visión, otras partes irrelevantes de nuestra periferia que hasta ahora eran de pequeño valor o no atracción para nosotros, se convierten en nuestros objetivos principales y nadie sabe que son esas partes: el sexo, las drogas, la pereza, la pobreza.

Esos estudiantes crecerán para convertirse en costosos dependientes de una estructura de impuestos donde sus contribuciones serán limitadas e insuficientes y estarán fuera del alcance de los sistemas de salud que podrían ayudarles a vivir vidas más prolongadas y saludables. Y se revolverán en un ambiente político donde las decisiones sobre la calidad de aquellos que votamos para que dirijan nuestros asuntos en un mundo que se hace cada día más pequeño se hace mas exigente de nuestros conciudadanos. Para ser más productivos tenemos que saber mas y necesitamos escoger mucho mejor todas los aspectos de nuestras vidas, sean nuestras parejas, nuestras amistades, nuestras carreras o los lideres gubernamentales.

Me agradaría oír a los tres candidatos presidenciales responder a esa llamada de teléfono del Director de la escuela cuando se produzca. Y también se que esos candidatos solos no serán capaces de hacer todo lo necesario para resolver el problema. Desafortunadamente no he investigado este asunto en suficiente detalle formalmente y sospecho que los padres de muchos de esos estudiantes que fracasan fracasaron también y sus hijos son victimas de un proceso trágico de selección natural repetitivo que no pronostica nada bueno para ellos. Ellos socializan y se unen con su misma clase y sus descendientes son producto de la misma categoría. La evolución es el juego; la mutación de tipo intelectual su nombre. Sugiero que comencemos a prestar atención a nuestros teléfonos y miremos a nuestros hijos con mas cuidado y demandemos mas de aquellos cuyos trabajos son ayudarnos a hacerlo.
“Si usted planea por un año, siembre arroz; si planea por una década, plante árboles; si planea para toda una vida, eduque a la persona.” Proverbio chino.
Y ese es mi punto de vista hoy.

Wednesday, April 16, 2008

Termites in the neighborhood and we did not even know it.

By Paul V. Montesino, PhD, MBA.

I came to the United States in the early sixties. I had not been in Miami, Florida, for more than a week when I took my first ride on a public bus. I observed, on the way to the inner city trying to get a job, that all the blacks who rode the bus went straight to the last seats on the vehicle even though there were many empty ones to choose from. Not only was it common practice, but no one seemed to mind or be bothered or even notice. It was then that I remembered that blacks and whites lived under different rules that were based on the color of our skins. I hate to admit that I felt better in the foolish belief that I was not supposed to behave like those folks who went by me to sit on uncomfortable noisy seats over the bus engines in the hot Miami sun because my skin was lighter. For a silly moment I felt blessed.

I did not find the job I wanted and I moved to Massachusetts never looking back. Not having seen any other blatant or subtle discrimination in my new home until the infamous Boston School busing crisis developed in the nineteen seventies I forgot the significance of that first trip in a bus that was a symbol of all that was wrong in America at one time. The years went by and I finally finished my first college degree with honors. Not high honors mind you; simply honors. My college inducted me in their Honor Society and I was invited to have lunch with many other inductees and the association’s administrative officers. It was a lunch I would never forget.

I was sitting next to the man who had just stepped down from the presidency of the organization. I felt honored again. He, a man obviously in his late sixties, was very pleasant and complimentary to me for my educational achievements. Then he got into a question I have heard thousands of times before: “Where are you from?” These days I have developed a nasty habit of responding with an unexpected answer: “I am from planet earth, where are you from?” Then I was not so sure of myself to say that big truth and responded with another smaller truth: “I am from Cuba.”

Now, remember, this guy was the most senior officer of this educational group. He looked at me as though I had shown symptoms of a contagious disease. His response went something like this: “You know, I have lived in Dorchester all my life and there are many Cubans there who live on Welfare.” I was not sure about how many Cubans lived in Dorchester or how many were on Welfare but I was sure that Welfare was not an institution designed exclusively for Cubans or any other nationalities or races for that matter. And before I could mention that fact he gave me an unwelcome description of all the economic and social consequences of Welfare that I neither needed or wanted.

He finished his eloquent garbage, took some deep breath and asked me the next big question, one that I really welcomed: “And, what do you do for a living?” Not wanting to disappoint him with an articulate answer about my bank officer status then or the social need for a Welfare system that is there to help those in trouble that he might not have welcome or understood and might have detracted him from his illiterate statistical rubbish I shot back: “Oh, my family lives on Welfare.” You don’t want to know the rest or extent of his shock because he did not open his mouth even once after that. The man went mentally AWOL.

But before I move to the end of this story I want to visit another related experience, this one more fresh. A recently widowed woman I know decided to sell her home not long ago. Her husband of many years had passed on recently, she was getting older and sickly and could no longer live alone or afford all the utilities required by a house built for a family of five in the nineteen fifties. The mortgage was already paid so she was sure that the sale price would be enough to keep her free of any serious economic worries through the remaining of her aging life and even leave something behind for children and grandchildren after her death. She was surprised, actually shocked, when she found that her goals were not to be reached any time soon.

The house inspector had come to inspect the property and discovered that the house was infested with termites, many as a matter of fact. The woman and her family reacted as any concerned person would and did not want to believe the man at first. They even thought that the inspector was trying to get her to lower the price or any such shenanigan in complicity with the buyer. It took the visit of another inspector hired by the lady to convince herself that the termites were indeed there. She was not going anywhere until they did. How they could have grown to such extent through the years without anyone suspecting it added to her aggravation. The husband, of course, was gone and could not answer that question. Well, the story does not end there. The house was fumigated and eventually the woman sold and moved out.

For the past several days, we have witnessed a similar metaphorical national situation that has been created by the controversy of the Illinois Senator and presidential contender Barack Obama and his relationship or ascribed responsibility with the incendiary comments made by his long time church pastor Jeremy Wright. While I write this piece I am not interested in Mr. Obama’s presidential ambitions, Mrs. Clinton’s or Mr. McCain’s for that matter. That is not the purpose or the intention of this article. In other words, this is not about supporting one or the other or making judgment or speculation about motives here. I am an independent thinker and voter and I have the freedom to choose the person I believe can move us forward and I am not yet at a point in this process where I can put a name or a face to the one I will select as our 44th president. I have, however, other serious issues at hand that I would like to share with you.

Much has been made about this preacher and his association with Senator Obama. I have been to and dealt with many black organizations in my life and I am fully aware that the African American community, like the Latino community does, has many issues still outstanding that we of a different race or socio economic composition cannot even imagine, issues that we would like to see ignored or silenced, passed over so to speak, so as not to be mortified. Black churches are not branches of some structured organizational pyramid based somewhere in another European country where the guides on subjects to discuss every Sunday are scheduled dogmatically. In these churches the pastor and his or her community are the church and what happens around them and their lives is the subject of the sermons. Lives where there are men in jail, women who have no husbands, there is crime, poverty, guns and Aids. Not knowing the specifics of what this pastor said, or should have said or how it should have been said or his tone or what Mr. Obama heard throughout the years or should have heard as he grew up, I have a sense that this case is not much different from the story of the woman and her termite infected home above. Follow me please.

We, of course were shocked to hear someone talking like the Reverend Wright did. And it brought all of us to confront, by association, the man who at the present time represents the first serious attempt of an African American who not only dared to believe that he could be elected President but also thinks he could pull it out. What has happened to all of us who thought or said that race does not matter any more, or that Senator Obama is somehow a different kind of African American, whatever that means, or that we have fallen for his oratory or his chutzpah enough to be able to ignore his skin shade so far, is that we have discovered that our racial house still has termites.

It does not show on our walls, our conversations, our statistics, our discourses of equality and hope amongst educated people sipping on a glass of Chardonnay, but it is still there. We had been looking at Senator Obama through a glass created by our honest desire to be just and fair to him on our conditions and he has broken that glass and has made with its pieces a mirror where we are seeing our own true stereotypical images reflected. As Stevan Harnad in his famous character Pogo said, “I have seen the enemy and it is us.”

I don’t know, and I don’t care, where Senator Obama’s campaign is going to go. As I said before, I have not made my mind yet about who will get the vote. We don’t even know who the Democratic nominee is going to be. But I am sure of one thing: if we vote for him because he is black, or don’t because he is, or do vote for Mrs. Clinton because she is a woman or not because she is, or vote for Mr. McCain because he is white or a male, we will have shown that the depth of the termites in the fabric of our society is getting worse, not better.

Yesterday, approximately forty years after I “enjoyed” lunch with the president of my Honor Society, I had an opportunity to see human relations first hand one more time. I was in a line to get a cup of coffee at a local shop when the guy in front of me, a man who must have been in his late seventies or early eighties, walked away and sat on a bench to enjoy his snack. As he opened the bag with trembling hands that betrayed an incipient stage of Parkinson’s Disease he discovered that the attendant had neglected to grill the sandwich as requested.

He returned and broke in front of me interrupting my order and offering all kinds of unnecessary apologies to me for his actions. I told him not to worry at all and to go ahead. “I can wait,” I said patiently. While the clerk, a young man of Latino extraction, went back to the grill to finish the incomplete order, the old man made a comment: “They don’t know what the hell they are doing…” And then, to complete his lesson in judgment about the human condition I obviously was waiting for, he added: “…you should see the other store on …street. Well,” he said with sarcasm, “foreigners!” I did not know what to respond to a man his age. Not trying to disguise my Spanish accent I replied ”Sir, We are all foreigners in the world.” He smiled sheepishly and walked away with his grilled sandwich, his trembling hands and his prejudice, one that I bet may have been around all his life. I am not sure how long the poor fellow has to live, but there are some of us who live our lives in vain and don’t even know it. And there are others who live with termites under our floors and would never recognize them either.

And this is my point of view today.


Comején en el vecindario y ni siquiera lo sabíamos

Por Paul V. Montesino, PhD, MBA

Yo vine para los Estados Unidos al principio de los años sesenta. No había estado en Miami, Florida, más de una semana cuando tomé mi primer viaje en autobús. Observé, en nuestro camino hacia la ciudad, que las personas de color que montaban se dirigían directamente a los últimos asientos de la guagua a pesar de que habían asientos vacíos en el frente. No era solamente una práctica común, sino que a nadie le parecía notar o molestar.

Fue entonces que recordé que los blancos y las personas de color habían vivido bajos reglas diferentes a través de los años en el sur, reglas que eran diferentes basadas en el color de nuestra piel. Hoy me duele admitir que no me sentía mal por mi creencia insegura tonta entonces de que yo, por mi piel más ligera, no tenía que comportarme como aquellos que pasaban hacia atrás para sentarse en unos asientos ruidosos y calientes cerca del motor que el sol candente de Miami hacía más insoportable todavía. Por un instante insensato me consideré dichoso.

No hallé trabajo y me moví a Massachusetts sin jamás mirar hacia atrás. No habiendo sido testigo de discriminación flagrante o sutil en mi nuevo hogar hasta que ocurrió la infame crisis de los autobuses de las escuelas de Boston en los años setenta, me olvidé de la significación de ese viaje inicial en un autobús que era el símbolo de todo lo que fue equivocado en nuestro país en un momento de nuestra historia. Los años transcurrieron y terminé mi primer título universitario con honores. No honores altos, simplemente honores. Mi universidad me instaló en la Sociedad de Honor y me invitaron a un almuerzo con muchos otros inducidos y los oficiales administrativos de la asociación. Fue un almuerzo que jamás olvidaría.

Yo estaba sentado al lado del presidente retirado de la organización. El individuo, claramente en sus sesenta abriles, se comportaba muy amistoso y halagador hacia mí reconociéndome mis triunfos educacionales. Fue entonces que me hizo una pregunta que he oído muchas veces en mi vida: “¿De dónde eres?” En estos días yo he desarrollado el hábito fastidioso de responder con una frase inesperada: “Yo vengo del planeta tierra, ¿de dónde es usted?” En aquél entonces no estaba muy seguro de mí y respondí con otra verdad más pequeña: “Yo vengo de Cuba.”.

Ahora bien, recuerden, este señor había sido por mucho tiempo el oficial más alto de este grupo educacional. Me miró como si yo hubiera mostrado repentinamente síntomas de una enfermedad contagiosa. Su respuesta fue más o menos como esto: “Tu sabes, yo he vivido en Dorchester toda mi vida y hay muchos cubanos que viven en Dorchester y todos dependen de la asistencia social pública.” Yo no estaba consciente de cuantos cubanos vivían en Dorchester o cuántos de ellos dependían de la asistencia social pero yo si estaba seguro de que la asistencia pública no se había diseñado exclusivamente para los cubanos o para otra nacionalidad o raza. Y antes de que le pudiera mencionar ese hecho me dio una descripción que yo ni necesitaba ni deseaba sobre las consecuencias económicas de la asistencia social pública y lo que le costaba a él y a sus vecinos.

El hombre terminó su elocución de porquería, respiró profundo y me hizo la próxima gran pregunta, una a la que sí di la mayor bienvenida: “Y ¿a qué te dedicas?” No queriendo decepcionarlo con una respuesta que no esperaba sobre mi profesión de oficial bancario o hablarle sobre la necesidad social de una asistencia pública que se había creado para ayudar a aquellos desafortunados de la sociedad que mi interlocutor ni habría aceptado o entendido en el contexto de su mente analfabeta y estrecha, le riposté: “Oh, mi familia vive de la asistencia pública.” Usted no quiere conocer el resto o la duración de su conmoción, porque después no abrió su boca como no fuera para comer. Su mente se alzó y volvió soldado desertor.

Pero antes de moverme al final y parte fundamental de esta historia quiero visitar otra experiencia relacionada con ella, ésta más fresca. Una mujer vecina que enviudó recientemente decidió vender su hogar. Su esposo de muchos años había fallecido recientemente, ella estaba envejeciendo y no podía vivir sola o afrontar los gastos de mantenimiento requeridos por una casa edificada para una familia de cinco miembros en los años cincuenta. La hipoteca ya se había pagado y ella pensaba que el precio de venta sería lo suficiente para mantenerla libre de preocupaciones económicas por el resto de su vida y aún dejar algo para sus hijos y nietos después de su muerte. La mujer se sorprendió, actualmente se emocionó, cuando se dio cuenta que sus objetivos no se iban a lograr pronto.

El inspector de bienes y raíces había venido a examinar la propiedad y descubrió que la casa estaba infestada de comejenes. La señora y su familia reaccionaron de la manera alarmada que cualquier persona habría hecho, y no querían creer al hombre. Inclusive pensaron que el inspector estaba tratando de impresionarla para que redujera el precio en complicidad con el comprador. Se hizo necesario otra visita de un inspector independiente contratado por la señora para convencerla de que en realidad los comejenes habían minado la casa. Desafortunadamente ella no iba a parte alguna hasta que los comejenes no se fueran. Como podían haber crecido en tal forma los animalitos a través de los años sin que alguien lo sospechara le añadía dolor a su desconcierto. El esposo, desde luego, se había ido y no podía contestar esa pregunta. Bueno, la historia no terminó ahí. La casa fue fumigada y eventualmente la mujer vendió y se mudó.

En días recientes hemos sido testigos de una situación nacional metafóricamente similar a la de esta pobre viuda creada por la controversia sobre el senador de Illinois y candidato presidencial Barack Obama y su relación o aludida responsabilidad con los comentarios incendiarios hechos por el pastor de su iglesia Jeremy Wright. Mientras escribo esta pieza debo enfatizar que no me interesan las ambiciones presidenciales del señor Obama, la señora Clinton o el señor McCain. Ese no es el propósito o las intenciones de este artículo. En otras palabras, no trato de apoyar a uno o al otro o emitir juicios o especular sobre sus motivos. Yo soy un pensador y votante independiente y tengo la libertad de escoger la persona que yo creo nos va a mover hacia el futuro y no estoy todavía en un punto de este proceso donde puedo poner un nombre o una cara a quien voy a seleccionar como nuestro presidente número 44. Tengo, sin embargo, otras serias preocupaciones que me gustaría compartir con usted.

Mucho se ha discutido sobre el predicador y su asociación con el Senador Obama. Yo he asistido y me he relacionado con muchas organizaciones negras en mi vida profesional y conozco perfectamente que la comunidad Afroamericana, como la comunidad Latina, tiene muchos problemas que todavía no se han resuelto y de los que muchos de nosotros de otra composición social o económica no tenemos la más mínima idea, asuntos que nos gustaría ver ignorados o silenciados, pasados por arriba pudiera decirse, para no mortificarnos. Las iglesias negras no son sucursales de otras organizaciones piramidales estructuradas basadas en otro país Europeo donde las guías y los sujetos que se discuten cada domingo están ordenados dogmáticamente por una burocracia.

En estas iglesias el pastor y su comunidad son La Iglesia y lo que ocurre alrededor de ellos y sus vidas es el sujeto de los sermones. Vidas donde hay hombres en la cárcel, mujeres sin esposos, crimen, pobreza, armas y el Sida. No sabiendo específicamente lo que dijo este pastor, o lo que debió haber dicho, o como lo debió decir, o en que tono, o lo que el señor Obama escuchó mientras crecía a través de los años o debió haber escuchado o reaccionado, antes y después de entrar en la política, me luce que este caso se parece a la historia de la mujer y su casa infestada de comején a la que me referí anteriormente. Síganme por favor.

Desde luego, nos alarmamos cuando oímos a alguien hablar como lo hizo el Reverendo Wright. Y nos forzó a todos a confrontar, por asociación, al hombre que en el tiempo presente representa el primer intento serio de un Afroamericano que no solamente se atrevió a creer que pudiera ser elegido presidente sino que también piensa que lo puede lograr. Lo que ha ocurrido a todos los que pensábamos o decíamos que la raza o el género no nos importaban esta vez, o que el senador Obama es quizás un tipo “diferente” de Afroamericano, lo que eso quiera decir, es que caímos por su oratoria o su bravura lo suficiente como para volvernos ciegos al color de su piel hasta hace poco y ahora hemos descubierto que nuestra casa racial todavía tiene comején.

No se muestra en nuestras paredes, nuestras conversaciones, nuestras estadísticas, nuestros discursos de igualdad y esperanza entre personas educadas mientras bebemos un vaso de vino, pero está ahí todavía. Hemos mirado al Senados Obama a través de un cristal transparente creado por nuestro deseo honesto de ser justos y equitativos hacia él basado en nuestras reglas de expectativa y el hombre ha roto ese cristal y con sus piezas ha creado un espejo donde estamos observando nuestras propias imágenes estereotípicas reflejadas. Como dijo Stevan Harnad en su famoso carácter Pogo, “He visto al enemigo y somos nosotros.”

Yo ni se, ni me preocupa, donde va a ir la campaña de Barack Obama. Como dije antes, yo no he decidido quien va a recibir mi voto. Ni siquiera sabemos quien va a ganar la nominación del partido Demócrata. Pero si estoy seguro de una cosa: si votamos por él porque es Afroamericano, o no porque lo es, o votamos por la señora Clinton porque es una mujer o no porque lo es, o votamos por el señor McCain porque es blanco o es hombre, habremos mostrado que la infección del comején en la fabrica de nuestra sociedad se ha mantenido.

Ayer, hace aproximadamente cuarenta años de haber “disfrutado” del almuerzo con el presidente de mi Sociedad de Honor, tuve la oportunidad de ver de cerca una vez mas las relaciones humanas en acción. Estaba yo en cola para obtener una taza de café en una cafetería local cuando un señor que se hallaba frente a mí, que lucía estar en unos setenta y tantos u ochenta años, se alejó y se sentó en un banco cercano para disfrutar de su sándwich. Al abrir el cartucho con manos temblorosas que evidenciaban síntomas incipientes de la enfermedad de Parkinson descubrió que el sirviente se había olvidado de tostarle su merienda como lo había ordenado. El pobre hombre volvió enojado y se metió frente a mi interrumpiendo mi pedido ofreciéndome toda clase de disculpas por sus acciones. Le dije que no se preocupara y que terminara con su orden: “Yo puedo esperar,” le dije pacientemente.

Mientras el apenado empleado, un hombre joven de extracción Latina, se dirigía hacia la tostadora para completar la tostada, el anciano me hizo un comentario: “Estos no saben que diablo hacen…” Y entonces, para completar su lección de la condición humana que yo obviamente necesitaba, añadió ”…Y usted debía ver la otra cafetería en la calle (tal)… Bueno,” dijo con sarcasmo, “!extranjeros!” Yo no sabia que responder a un hombre viejo de su condición sin que se agitara. Y tratando de no esconder mi acento hispano le conteste’: “Señor, todos somos extranjeros en este mundo.” Se sonrió avergonzado y se alejó de nuevo con su sándwich tostado, sus manos temblorosas y su prejuicio, uno que posiblemente ha poseído toda su vida. Yo no estoy seguro de cuantos años ese pobre hombre tiene por vivir, pero hay algunos de nosotros que vivimos en vano y ni siquiera lo sabemos. Y hay muchos otros que vivimos con comején bajo nuestros pisos y jamás lo reconoceríamos tampoco.

Y ese es mi punto de vista hoy.


Saturday, April 5, 2008

Un Punto de Vista. Enron V: la crisis de la vivienda. Parte V.

Por Paul V. Montesino, PhD, MBA
La mayoría de nosotros estamos atraídos a la famosa expresión: “Se lo dije.”

Como muchos humanos, debo confesar-aquí viene mi confesión una vez más-que me siento tentado ocasionalmente a caer en esa trampa. Y la llamo trampa porque es una expresión egoísta que resuelve nada y no sirve propósito alguno. Cuando yo le advierto a usted u otros de lo que yo pienso va a ocurrir y ocurre yo realmente no estoy arreglando el problema básico. Todo lo que estoy diciendo es que usted no me hizo caso y está pagando por las consecuencias. Eso no es justo. Yo en realidad no deseo que usted pague por sus propios errores solamente para hacerme a mí feliz.

Pero una vez haberme disculpado, me luce de todas maneras que en realidad se lo dije. Yo he estado escribiendo estos artículos sobre la crisis de las hipotecas por varios meses cansones ahora y le advertí que la crisis iba a ser mas larga que mis escritos. En realidad lo es. Tanto ha ocurrido desde la fecha en que por primera vez cubrí ese asunto que estoy comenzando a pensar que debía cambiar de profesión y convertirme en astrólogo. Pero no, por favor, no me diga cual es su signo zodiacal. No todavía.

Yo no se si usted ha visto esas películas de las carroceros romanos, el látigo en la mano, y sus carrozas corriendo alrededor del coliseo, los caballos halando y empujando tratando de alejarse del castigo de sus amos. Las bestias no se dirigen a lugar alguno, se alejan de los correazos de sus jefes. No es movimiento hacia un lugar positivo, es un “déjame salir de aquí.” Yo las he visto. Y tengo que decirles que esta crisis me luce igual, con una diferencia muy grande: yo no soy el carrocero, los caballos lo son, y la carroza no parece ir a un lugar que me guste. Pero lo voy a tratar de definir. En cierto momento tengo que regresar a mi punto de vista de “se lo dije.”

Hace tiempo alguien hizo un comentario familiar muy profundo que jamás he olvidado: se necesitan a dos para bailar el tango. Habiendo hecho esa definición quiero ahora moverme hacia esta danza catastrófica en la que los consumidores y los banqueros, los inversionistas y sus representantes han estado bailando en este nuevo escenario donde la economía de este país y parte del mundo han sido dañados seriamente. Voy a comenzar con los consumidores, usted y yo.

Durante los últimos años, los dueños de casas han estado disfrutando de un aumento continuo en el valor de su capital. Como usted sabe, el capital es la diferencia entre lo que usted posee y lo que usted debe. Parecía que el cielo era el límite. Típicamente los norteamericanos usábamos ese capital de vivienda para comprar casas mejores y mayores mientras nuestras necesidades y ambiciones familiares iban hacia arriba también. Más habitaciones, mas baños, sótanos, en fin, de todo.

Los contratistas y otros que viven del negocio de la construcción añadían a ese frenesí haciendo casas mas grandes y lujosas, tentándonos para que nos lo jugáramos todo, literalmente y figurativamente, en conseguirlas. No era difícil convencer a una familia que era dueña de un hogar con un capital saludable para que usara ese capital no solamente para comprar una casa mayor sino para viajar, comprar autos de lujo y pagar por la educación de los menores. No hay nada erróneo en eso; es lo que se llama el sueño americano. Pero como hemos visto recientemente, el sueño se ha convertido en una pesadilla para muchos.

No fue muy difícil convencer a los dueños de vivienda que continuáramos en ese curso optimista porque estábamos convencidos que el valor del capital iba a continuar a subir y nos permitiría refinanciar la propiedad una y otra vez cuando necesitábamos obtener mas efectivo. Y ese capital se convirtió no solamente en una tentación para los dueños sino para aquellos que observaban con envidia esa riqueza y querían hacerse parte de ella.

Es decir, que los primeros bailadores de tango fueron los propietarios que querían bailar a donde no otro ser humano había danzado antes, parafraseando a una serie de televisión bien conocida, pero ese fue el momento en el que otros bailadores de tango se acercaron al tablado e hicieron la famosa pregunta: “¿Me da una pieza?” Una pregunta que fue contestada por los orgullosos invitados prontamente: “¿Dónde firmo?”

Hubo una plétora de bailadores en cola. Contratistas que querían crear los próximos hogares para compradores, los corredores de bienes raíces en comisión, prestamistas, abogados, banqueros, banqueros de inversiones, inversionistas que eran parte de la comunidad o ausentes que vivían lejos de ellas. Habían tantos esperando por la oportunidad de disfrutar del dinero regado en el piso de baile que, para poder cubrir los costos, las tasas de interés que tenían que pagar los consumidores y el capital necesario para cubrirlos se hacían cada vez mas elevados y tenían que continuar elevándose. Nadie anticipaba que esos capitales pudieran reducirse y que las tasas de interés, muchos de las cuales eran ajustables, a pesar de ser elevadas, se volverían tan alto que no podrían ser renegociadas con los prestamistas a través de transacciones de refinanciamiento. Desafortunadamente ese optimismo fue infundado.

Al igual que las adquisiciones de automóviles que mencionamos en nuestros artículos anteriores muchas de las personas que habían pedido prestado cantidades de hipoteca ridículamente altas a intereses onerosos que se ajustaban periódicamente más altos se vieron en la triste situación de no poder hacer los pagos u obtener nuevos términos. El capital de las propiedades que tenían había llegado al tope y el préstamo no podía ser renegociado y los prestamistas estaban tocando a la puerta pidiendo su dinero. El efecto de dominó fue rápido y sangriento. Muchas personas que vieron el capital en sus hogares caer por debajo del valor de sus hipotecas decidieron que no valía la pena quedarse con ellas y le dijeron a los banqueros: “Métanse la casa.”

En la prisa muchos de ellos inclusive echaron a la calle a ese símbolo de su estructura familiar: la mascota. Hay muchos huérfanos de esa categoría en las perreras. Los bancos, desde luego, no están en el negocio de ser dueños de casas o alquilarlas, ellos quieren su dinero lo mas pronto posible así que decidieron vender las propiedades a precios de remate estimulando todavía más una espiral en precios hacia abajo. Y es que eso no era solamente su dinero, era también el que ellos le debían a los inversionistas que esperaban ansiosamente por sus fondos.

Esto no hubiera sido un problema si usted y yo hubiéramos sido los únicos afectados, pero cuando el número de los que no pueden o no quieren pagar está en los millones se puede imaginar la seriedad de la situación no solo para nuestro país sino para otros que participaron en este tango. Y es aquí donde mi carroza se detiene esta vez. En mi próximo articulo voy a cubrir las soluciones, ambas individuales y aprobadas por el gobierno, que debemos esperar mas pronto que mas tarde confío. En un discurso optimista que el presidente de los Estados Unidos hizo en el 2006 él alardeó del aumento de hogares propios durante su administración. Lo que olvidó mencionar, porque no lo anticipó, fue que el aumento era causado por un balón que eventualmente se iba a desinflar. Recientemente ha reconocido el problema. Ese es un hábito que parece afectar todo lo que él toca, sea la economía o su política exterior.

Y ese es mi punto de vista hoy.